domingo, 17 de febrero de 2013

DE LA VIDA COMO RELATO

Xalapa, Ver., 17 de febrero de 2013



¿Por qué me conociste tan viejo? Con esta pregunta nos acerca el narrador al final de un cuento de García Márquez; el texto se llama “La desgracia de ser feliz”. ¿Te parece que ‘ser feliz’ sea una desdicha? A mí no, y mira que se me da el masoquismo. Sin embargo, desde hace un tiempo aposté por mi felicidad (una definición en la que quedan fuera auto, casa, bienes materiales superfluos y otras menudencias) y en ello me he afanado sin sentirme culpable o desgraciado. Sí, bastante satisfecho.

La anécdota del relato es sencilla: un nonagenario reconstruye su vida (y con ello su razón de ser) a partir de ficcionalizar sus vivencias y anhelos, a propósito de una tarde en que diluvia y el agua se cuela por las goteras de su casa; aguacero que también es producto de la imaginación del viejo solitario. Recordé las veces en que he sido capaz de inventar mundos felices en los que suelo ser el centro de ese cosmos. Esta tarde de sábado, mientras escuchaba y leía el texto fue inevitable acordarme de ti.

¿Recuerdas que ya te había escrito un SMS en el que te confiaba que me haces sentir que vivo dentro de un relato? Pues confirmé que así ha sido, a la vez que me he dicho que no quiero, me niego, me resisto a que sea así. Las razones son varias, pero la de mayor peso es que siempre me he considerado un hombre racional que consigue tener control sobre las variables que me afectan o en muchos casos, sé afrontar las circunstancias de un modo que no me signifique riesgo o pérdida. Menos aún dolor. Tú empiezas a dolerme.

Tras despedirme de ti el sábado 9 me di cuenta de lo contento que estaba. Miento: contento no, eufórico. Y también descubrí que tenía ganas de seguir estando cerca de ti. Me ocupé en mis deberes y se diluyó un poco esa necesidad. Pero la urgencia tiene muchas maneras de manifestarse, la mía la resolví (es un decir) vía SMS y mensajes en FB. No quería parecer acosador, insistente, pero quería mantener abierto un canal de diálogo que me satisfacía un deseo a costa de agigantar el deseo y acrecentar la necesidad/satisfacción/frustración y a darle de nuevo.

Si me hubieras ignorado, no respondido los mensajes… habría sido más fácil: Yo un viejo ajuareado y tú el joven que se sabe dueño de las circunstancias. Final de la historia. Resaca emocional, pero con vida. No obstante, resulta que has sido muy amable, educado, buen chico y has respondido a mis mensajes con esa gentileza que caracteriza a la gente educada, con porte, con distinción (tú para mí eres un gentleman indiscutible) y este diablo guardián se ha extraviado en el vuelco testosterónico que me ha dado, en la nebulosa romanticoide que suele envolver a los pubertos y que me asfixia, en las páginas umbrías de una Rayuela cortazariana de edición apócrifa en las que me pierdo. En definitivo: me gustas.

Quería que lo supieras porque sí. Sin necesidad de respuesta o de algo que se le aproxime: correspondencia, piedad, recelo. Nada. Yo soy un hombre maduro, con una estabilidad precaria, incierta, pero estable finalmente, con una relación de pareja “abierta” (o semiabierta, no heternormada, de larga duración) que me aproxima al sujeto Queer que proclamo ser, con proyectos inmediatos y a mediano plazo y tú… tú eres un chico de veinte años… con ello está dicho lo que de otra forma sólo podría sugerir, presuponer, bosquejar.


Tú mensaje de esta tarde, tu propuesta, la he asumido como una huida para atrás: me he refugiado en mi rutina, en las cosas que hago cada domingo, salvo huir a mi guarida, esto es poco usual, pero sé que acá no vendrás a darme alcance: aquí estoy seguro... Es más difícil en la calle, en ese amplio espacio común que compartimos, un pasillo, una entrada o salida de la Universidad… pero aquí en mi refugio donde ahora descanso, estoy a salvo.


No te estoy retirando mi amistad ni nada de lo ofrecido en otros momentos, sólo quería decirte lo que me has hecho sentir súbitamente, para ser honesto contigo y ante mí, de ninguna manera para exigirte-pedirte-implorarte algo. Nada. Ya tú sabrás si quieres que seamos amigos. Desde luego que yo no repetiré más esto que habría preferido callar y en su defecto, querido decírtelo de viva voz (tampoco es que sea cobarde) pero por la premura por hacértelo saber y las circunstancias que me son adversas ahora, ha ocurrido de este modo. Tú lo disculparás y entenderás. Gracias.